El arte, como el plano legal, es una consecuencia obligada de la sociedad que convive con ella y en ella. Los escritores, poetas y dramaturgos escriben; y los pintores y escultores o artistas en general expresan sobre lo conocido, lo que experimentan y sobre todo aquello con lo que no están de acuerdo y quieren cambiar.
Y en especial, el séptimo arte es una de las mejores imágenes para ilustrar un pensamiento, un concepto antiguo o progresista, aquel que constituye un hito o un punto de inflexión; así como una manera de recordar tiempos mejores o peores, pero que forman parte de una historia colectiva.
Por ejemplo:
Las películas de la década de los veinte en las que que una mujer mostrase el tobillo era considerado escándalo.
La novela de La letra Escarlata cuyo tema principal es la infidelidad elevada a delito -el adulterio en la sociedad española se eliminó del Código Penal en el año 1978, que hasta ese momento estaba penado con seis años de cárcel- y que marca a la protagonista de por vida al igual que al personaje de Milady en Los Tres Mosqueteros de Dumas con su tatuaje de flor de Lis.
Los desnudos que en lo que se dio a conocer como la época del Destape
La contraposición de Lo que el Viento se llevó basada en la novela de Margaret Mitchell con la de Django desencadenado de Tarantino.
Los pensamientos de hombres y mujeres en series de época como la recién estrenada Bridgerton de Shonda Rymes.
La sociedad de hoy en día necesita de estas contextualizaciones históricas, esa reminiscencia, esa muestra de cómo han cambiado las cosas (sin entrar en hacer balance de si es mejor, peor o regular).
Al hilo de todo esto, es curioso que sin salir del sector cinematrográfico, como la misma película según quién la haya dirigido o protagonizado, de la época en que se haya rodado cambia significativamente.
Y este es el caso de Mujercitas o en su lengua original Little Women de Louise May Alcott.
Cuatro son las versiones, en opinión de quien escribe el artículo, más destacadas o como mínimo dignas de mención y que sirven como modelo a la presente demostración.
La primera en blanco y negro con Katherine Hepburn como “Jo”. Una actriz de mentalidad adelantada para la época que llevaba el gentleman look como nadie en los años 40, pero que alternaba en el personaje inocencia y pasión. Para los amantes del cine clásico es una cinta recomendada e imprescindible. Obviamente, las limitaciones de grabación de la época son notables.
La del año 1949 protagonizada entre otras por una jovencísima Elizabeth Taylor como Amy y June Allyson como Josephine March, en ese color lánguido y poco intenso,
La de 1994 con Winona Ryder y un imberbe Christian Bale como Laurie. En esta es imposible sólo destacar a estos dos actores ya que la matriarca de la familia March encarnada por Susan Sarandon es la materialización del amor maternal; la infantilidad y el capricho de Kristen Dunst como Amy. En cuanto a elenco es una de las más completas sin duda.
Y finalmente, la dirigida por Greta Gerwing y protagonizada por Saoirse Ronan (Jo), Emma Watson (como Meg) Timothée Chalamet sin olvidar a una brutal Meryl Streep como la solterona y antipatica Tía March.
En esta última llama la atención la interrupción en la línea temporal mediante flashbacks. Y aunque digan que está influenciada por la “moda” del feminismo la novela en sí que data del año 1868 ya habla de la “sororidad” cuando ese concepto era una quimera: desde la fuerza de una madre cuyo marido está destinado en el frente y que es la que mantiene a la familia; la convivencia entre cuatro hermanas y cuatro pensamiento antagónicos (Meg que aspira a tener una familia como sus padres y Jo que ansía ser independiente y aborrece la institución del matrimonio) denotan el carácter sufragionista en pos de los derechos de la mujer y la reforma de la educación de la autora de una novela que siempre está y estará de moda y que debería ser lectura obligatoria. El hecho de que Jo se corte la melena -el único rasgo femenino que describe la autora que tiene-. Lo poco que les interesa a todas lo doméstico y cómo son más felices con sus obras, sus pinturas y sus juegos dejando como algo secundario algo que según dicta la época es a lo que deberían dedicar su tiempo.
Y aunque la familia March tanto en la novela como en las películas resulta una familia poco usual, se percibe la rigidez de la sociedad en las versiones y los roles en cada personaje de las cuatro hermanas: la maternidad de Margaret, la feminidad de Amy, la pasión y la testarudez que se trata de calmar en Jo y la candidez de Beth; las facetas que al final se tratan de inculcar en las “buenas mujeres”. Es precisamente en este ambiente de matrimonios, familia, donde destacar el personaje de Jo que a pesar de no ser alguien muy radicalmente opuesto al rol de la época rompe con los esquemas establecidos simplemente con algo tan simple como leer libros algo que se consideraba de educación íntegramente masculina.
En la más reciente de las interpretaciones se trata de destacar ese aire innovador del vestuario ideado por Jacqueline Durran conocida también por sus trabajos en Orgullo y Prejuicio (2005) y Anna Karenina (2012) y que en esta ocasión le ha otorgado el Óscar 2020 a Mejor diseño de vestuario. Se busca ser fiel a la época pero con naturalidad y en el que tiene mucha importancia el color: Jo lleva colores más vivos e intensos que le permiten ocultar las manchas de tinta, viste sin corsé, atuendos holgados, más andróginos y unisex. Pantalones bajo las largas faldas, chalecos, pañuelos a modo de pajaritas y corbatas. Amy mucho más tierna y femenina en tonos azules y blancos. Meg alterna rosas, lilas y verdes sobre todo en tonalidades pastel, de estética más romántica.
La tía March es el elemento inalterable con el típico y rígido estilo victoriano, en tonos oscuros y lúgubres como su alma.
Lo triste es que en la historia Mujercitas se ha entendido como una novela de chicas cuando tiene unas enseñanzas contemporáneas que no entienden de género.