Las personas somos producto del pasado, de influencias históricas. Y en las ciudades, a través de sus edificios al igual que en las líneas de la piel humana podemos leer sus vivencias.
Un libro llamado La casa Veneciana fue el origen de la investigación para comenzar este artículo, demostrar y constatar que las civilizaciones del mundo tienen características que no son estancas, sino que los líneas se desdibujan. Que no existen tantas diferencias y que al final, muchos de los ejemplos de los que a continuación se hablarán, se encuentran unidos por más lazos; entre ellos las influencias arquitectónicas, imperecederas, que recuerdan cada etapa.
En este artículo vamos a analizar la arquitectura y demostrar que las huellas de la historia impregnan los diseños de las ciudades con las que vamos a ejemplificar este artículo, contando los sucesos que las han afectado y que muchos (hasta este artículo) desconocen.
Por ejemplo, políticamente, en la actualidad la ciudad de Niza es territorio francés. Pero esta ciudad en unión de Saboya fueron entregadas en contraprestación por el apoyo de Napoleón III en la guerra contra Austria y que concluyó con la unificación de los territorios del Piamonte.
Todo ello es absolutamente visible y palpable en su arquitectura, gastronomía y sociedad.
La novela a la que hemos hecho referencia al principio del artículo transcurre en Corfú, isla griega íntimamente relacionada con la Austria imperial, dado que fue uno de los lugares escogidos por Isabel de Baviera para construir una de sus propiedad, una casa a la que escapar de la corte.
Si pensamos en la arquitectura griega, nos vienen a la cabeza casitas blancas coronadas con tejados azules. Sin embargo, Corfú acoge en sus calles estructuras marcadas por los mercaderes venecianos que la habitaron durante siete siglos, con edificios en tonos pastel con contraventanas y puertas en color verde.
En la Plaza Spianada de Kerkyra, capital de la isla, confluyen tres arquitecturas distintas: la veneciana, la francesa y la británica.
Aquí se encuentra también el barrio del Liston, el cual se construyó durante el Protectorado Británico (principios del siglo XIX) a imagen y semejanza de los soportales parisinos de la Rue Rivoli de París, hoy perfecto reflejo de la diversidad cultural.
Otro ejemplo de la mezcla de culturas es Estambul, capital del antiguo imperio bizantino, la parte oriental del imperio romano. En ella se pueden apreciar influencias de la arquitectura romana clásica —Hagia Sofía–; del imperio Otomano –como el palacio Totkapi— y desde el siglo XX se observa el Primer Movimiento Nacional de Arquitectura, un estilo nacional turco, que mezcla la arquitectura neoclásica con elementos y ornamentos otomanos clásicos.
Al otro lado del Atlántico, en las islas Malvinas, Puerto Argentino o Stanley capital de las mismas, es producto de influencias francesas en 1764 –concretamente por parte de habitantes de Sant Milo, en la Bretaña Francesa, que las llamaban islas «Malouines», denominación de las que obtienen su nombre actual– inglesas y propias.
En la etapa inglesa destaca Emilio Vernet, cuyo diario hemos ojeado para la realización de este artículo (y al que puedes acceder desde el enlace incorporado a esta palabra) y que se publicó en el año 2021. En él, se hace una relación de las condiciones climáticas que le acompañaron en la ejecución del proyecto y anotaciones sobre el mismo.
Las construcciones de la capital se caracterizan por techos a dos aguas en colores verdes, rojos y hasta amarillos; sobre viviendas de dos plantas entre cuyas alturas destaca la Catedral de Cristo, la iglesia anglicana más austral del mundo, consagrada en 1892. La iglesia fue diseñada por Sir Arthur Blomfield y construida entre 1890 y 1892 con piedra y ladrillo en el sitio en el que se levantaba la Santa Iglesia de la Trinidad, destruida por un deslizamiento de turba en 1886.
Una imagen de esta iglesia aparece en el reverso de todos los billetes en libras malvinenses.
Esta mezcla de arquitecturas no sólo deriva de las conquistas, sino que también puede ser producto de las emigraciones, como es el caso de las casas indianas dispersadas por el norte de España en lugares del Cantábrico como Asturias y Santander o Villa Idalina, reconvertida en hotel, en Caminha, a las orillas del río Miño. Esta última fue la primera casa con electricidad en su momento y su torre compite en altura con la del campanario de la iglesia.