Cuando se habla de autoras feministas se suele simplificar su discurso en palabras impregnadas de rencor, situaciones vividas en el pasado y un llamamiento a una lucha que según un sector de la sociedad entiende sin base por estar superada y ganada.

Virginia Woolf está considerada una destacada figura del siglo XX como escritora y como feminista.

A lo largo de su trayectoria los temas más recurrentes y comunes en sus novelas son la homosexualidad, la sexualidad femenina, el papel reservado a la mujer por la sociedad y el discurso patriarcal en la época victoriana (Al faro y Orlando entre otras).


Esta obra, Una habitación propia, es un ensayo que recoge sus oratorias en la Arts society the Newnham y la Odtaa de Girton, del que se resaltó únicamente una frase que da título a la obra:

Una mujer necesita una habitación propia y dinero.

Esta frase para la época supuso un revulsivo y derivó en controversia. Pensemos que el año de publicación del citado ensayo fue el año 1929.

Virginia habla de una habitación como metáfora de un espacio propio, una parcela en la que la mujer de la época pueda dedicarse a sí misma, a su pasión (en el caso que nos ocupa a la literatura) pero que bien podría extrapolarse a la totalidad de artes y de profesiones.

Históricamente, la educación de la mujer ha sido de carácter social: el saber estar. Ser buena ama de casa, ser buena esposa.

En familia como hija, normalmente con habitaciones compartidas (los hombres llegados a una edad conseguían una intimidad de las que las mujeres carecían salvo en las grandes casas); con amigas (aún en la actualidad, las mujeres lo hacemos todo juntas y lo vemos natural: vamos al baño, nos cambiamos en una misma habitación sin importar la desnudez.)

Parece que no nos enseñan a cultivar la soledad, a disfrutar del yo.
Lo que deriva según Woolf en una limitación al arte.

Los hombres podían dedicarse por entero a sus trabajos pues la parcela familiar estaba salvaguardada por la mujer.

Para ejemplificar su exposición habla de la hermana de Shakespeare que de haber existido y haber sido poetisa no habría tenido las mismas oportunidades que el varón.

Obviamente, cuando realizamos varias tareas y no enfocamos el interés en una única el resultado es mediocre.
No perder de vista la meta es la clave del éxito.

«No es necesario apresurarse. No es necesario brillar. No es necesario ser nadie más que uno mismo.»

Una habitación propia comienza poniendo de relieve una situación desigual entre el hombre y la mujer para convertirse en un llamamiento a la independencia de esta última.

«y si cada una de nosotras tiene quinientas libras al año y una habitación propia; si nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos (…)

SI NOS ENFRENTAMOS CON EL HECHO, PORQUE ES UN HECHO, DE QUE NO TENEMOS NINGÚN BRAZO AL QUE AFERRARNOS, SINO QUE ESTAMOS SOLAS, ENTONCES, LLEGARÁ LA OPORTUNIDAD(…) «

Para terminar en su sexto y último capítulo concluyendo que sin embargo, la culpa de todo esto,

«si es que uno se empeña en encontrar a un culpable, no la tiene un sexo más que el otro. Y que Alguna clase de colaboración debe operarse en la mente entre la mujer y el hombre para que el arte de creación pueda realizarse»

Virginia Woolf casada desde 1912 con Leonard Woolf junto al que fundó la editorial Hogarth Press, que editaría, entre otras, la obra de la propia Virginia y la de otros relevantes escritores, formó matrimonio pero equipo algo complejo bajo las regias normas victorianas de la época.


A pesar de la relación extramatrimonial que tuvo con la también escritora Vita Sackville-West –cuyo resultado directo fueron las novelas que la crítica describe como las mejores de toda su obra «La señora Dalloway», «Orlando» y «Las olas»— su esposo la apoyaba en su carácter de tendencia depresiva. (la autora inglesa sufría lo que hoy se habría diagnosticado como trastorno bipolar).

Mientras escribía Entreactos, en medio del estallido de la Segunda Guerra Mundial, también supuso época baja en su estado emocional. Los factores, entre los que destacan el miedo por Leonard, judío, y el trauma de contemplar la destrucción de la casa familiar en el año 1940, sumieron a la escritora en una profunda tristeza.

Un año después, (1941) tomó la decisión de quitarse la vida metiendo en los bolsillos de un abrigo piedras, para luego adentrarse en el río.

Previamente a este trágico hecho, había dejado escritas dos cartas, una a su hermana y otra a su marido, en una macabra premonición de su obra Fin de Viaje siguiendo el destino que había marcado con sus líneas para la protagonista de la historia.
Sus cenizas fueron esparcidas por su viudo en los jardines de su última morada.

«No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *