Cuando en el mes de septiembre de 2022 se estrenó en una plataforma Blonde (Rubia), el público creía que iba a disfrutar de un nuevo biopic de uno de los iconos sexuales por excelencia de la historia del cine: Marilyn Monroe.
La rubia platino más famosa del séptimo arte, encarnada por Ana de Armas (Cuba, 1988) y siguiendo las sendas dibujadas en la homónima novela escrita por Joyce Carol Oates se desdoblaba entre el color y el blanco y negro, entre el personaje de Marilyn y la persona que era Norma Jeane.
La nota de la autora ya constituye un aviso al lector de que el contenido del manuscrito no pretense ser una biografía, sino que Oates, a manos de la que llegan diarios íntimos de la actriz de los cincuenta, fabula, ornamenta y fantasea hechos y escenas producto de su imaginación que encadena con sucesos verídicos y de conocimiento social general.
La pequeña Norma es una niña falta de ternura y cariño que va buscando el amor en cada persona que conoce en la etapa adulta. Una infancia junto a una madre enfermiza que ha sucumbido a la depresión hereditaria (que también padecerá la icónica actriz a lo largo de su vida) y siempre influida por la ausencia de la figura paterna tendrán efectos secundarios en el desarrollo de su personalidad en la etapa más madura.
Tres fueron los matrimonios de Marilyn, el primero como Norma con un hombre anónimo, antes de aparecer en la gran pantalla. Los siguientes, el deportista Joe Dimaggo (en la película, el actor Bobby Cannavale); y el escritor Arthur Miller (interpretado por Adrien Brody).
En las casi tres horas que dura el film, se trata de mostrar la crueldad existente en el backstage bien con los directores, productores o compañeros de reparto así como en los castings y pruebas, algo que ya se ha abordado con el movimiento Me too, y que sigue destapando horrores tapados bajo amenazas o previo pago.
Y una enseñanza clara: La tierna Norma odia el personaje de Marilyn, una máscara tras la que se esconde, un monstruo que la posee cuando se maquilla y se viste y sale ante las cámaras, tanto las de vídeo como las fotográficas. Una mujer fuerte, segura de sí misma, que se gusta así misma y gusta al público; que desprende sensualidad. Esta sensación de ira y ansiedad traspasa la pantalla cuando pasa a blanco y negro y en el espejo la lánguida mirada de Norma se ve correspondida por unos ojos que parecen comerse a quien se reflejan en ellos y la curva de su boca se transforma en una cálida sonrisa (sólo en apariencia) pero que no deja de ser una actuación. La sonrisa o la paradoja de la risa del payaso triste.
La misma sonrisa que ha tenido que esbozar Ana de Armas ante las críticas hacia su persona por su papel en Blonde, sublime, por cierto y que le ha costado la nominación en los Oscar a la mejor actriz de reparto.
Entonces, si el talento de la cubana metiéndose en la piel de Monroe está abalado y ha sido ovacionado para obtener una de las estatuillas de la academia, ¿qué es lo que le reprocha el público? Pues precisamente, su origen.
En el desarrollo de la cinta, Ana de Armas mantiene su acento cubano mientras da vida a Marilyn.
Es decir, según los comentarios –haters- Ana, tendría que haberse olvidado de su esencia y haber sucumbido a sus conocimientos del inglés que perfeccionó viviendo en los Ángeles.
El peor enemigo de la mujer, es la propia mujer. Su pensamiento contra ella misma o sus palabras inconscientemente dañinas contra otras.
Y aunque el feminismo histórico, el actual más inclusivo, con sus metas, el lenguaje y la modificación de hábitos ha logrado muchos de sus objetivos si que es cierto que continuamos imponiendo una línea de feminismo occidental, olvidándonos de otros países que sin ser tercermundistas también luchan por un mundo más equitativo, más igualitario. Y aquí es donde el feminismo se mezcla con la neutralización del colonialismo y la abolición del racismo.
La rama conocida como feminismo decolonial prioriza voces de personas borradas, invisibilizadas y marginadas por el sistema.
Territorios de África, Asia o América Latina, mujeres racializadas, migradas y periféricas están tejiendo alternativas que demuestran la urgente necesidad de descolonizar las sociedades en las que vivimos. Es una necesidad que también afecta al feminismo imperante blanco y eurocéntrico, que por desgracia aún tratando de hacer el bien mostramos y a veces imponemos. Y las luchas y los resultados nunca han sido inminentes. Aunque si que es cierto que en la actualidad, se alcanzan los objetivos de manera más acelerada y en períodos de tiempo más cortos.
En nada tiene que ver la situación de la mujer blanca europea con la de una mujer procedente de una de las zonas mencionadas, o incluso, sin irnos tan lejos, pensando en las mujeres inmigrantes que habitan en nuestro país o las minorías étnicas como la gitana, en la que la mujer acata unas normas y lleva unas cadenas que nosotras -unas veces con más o menos ayuda- hemos conseguido romper.
Es curioso que entre uno de los rostros más usados en el feminismo sea Frida Khalo como símbolo de la mujer que no seguía las corrientes establecidas para las mujeres de su época en cuanto a estética, forma de pensar o actuar. Si bien es cierto que conocemos de ella su pintura, su biografía; y que su personalidad ha dado para varios libros y películas.
Sin embargo, poco se habla, por ejemplo de Josephine Baker, bailarina actriz y cantante afroamericana –entre otras facetas artísticas—que fue, además, espía francesa contra los nazis y activista por los derechos de las personas negras.
Quiero desempolvar y desenterrar la obra de la mujer, haya sido originado por manos de piel de níveo marfil, color ébano o cetrinas. Quiero darle valor al arte en todas sus facetas producido por las mujeres independientemente de su procedencia, pensamiento político o escala social.