Pongámonos en situación. Pensemos tenemos como profesión ser publicista y el proyecto consiste en plasmar el año 2020 en un anuncio.
¿Qué imagen usaríamos?
Estamos habituados a las burbujas Freixenet, a la melodía que indica el retorno al hogar.
Pero este Diciembre…
El virus SRAS-CoV2 o Covid-19 irrumpió en el panorama social de manera abrupta, sin previo aviso, y nos robó algo que no valorábamos: la libertad. La libertad de movimiento, de asociación. Durante tres meses fuimos carceleros y encarcelados en nuestra propia casa, presos del miedo, la ansiedad, la incertidumbre, la tristeza.
Y aunque después de tres meses y aunque con límites y restricciones, nos ha robado una de nuestras características esenciales: la socialización.
A nivel mundial, los efectos secundarios han sido los mismos, con mayor o menor incidencia en la economía dado que aquellos países cuyo mayor porcentaje de PIB se basa en el sector servicios y más concretamente en el sector turístico, han alcanzado el mayor descenso de la historia situándose España como el país más castigado por lo que ya se denomina no sólo como crisis sanitaria y económica, sino que se cataloga también como una crisis de componente emocional.
En situación de guerra hay pérdidas económicas y de vidas; y en consecuencia el dolor está presente en el transcurso bélico y en los momentos posteriores de duelo y de recuerdo.
El problema de esta crisis actual es que el componente emocional no se ha trasladado a la totalidad de la sociedad sino que se ha sentido de manera individual a quién ha perdido a un ser querido a consecuencia de la enfermedad, quien va a convivir con esa ausencia el resto de su vida.
Sin embargo, si que se ha equilibrado este ataque en las rutinas, en el día a día de las personas. Y entre otras, en las celebraciones tal y como las conocíamos hasta ahora. Y entre ellas la Navidad.
El año 2020 constituye un punto de inflexión, una ruptura del status quo hasta ahora conocido.
En el ámbito comercial en los tres últimos meses del año se bombardea a la clientela con las festividades navideñas: luces decorando establecimientos, calles, olores típicos de la época que inundan el aire acompañados de dorado, plata, verde, lazos, lentejuelas y otros brillos.
Muchedumbre, paseos y compras… todo en familia.
Todo eso: desaparece.
La tendencia según hemos observado desde el desconfinamiento son más salidas al aire libre y menos en la urbe, en grupos reducidos para realizar compras de lo imprescindible, por parte de una única persona o máximo en pareja, prescindiendo de los niños o de las personas más vulnerables, por precaución y de manera rápida.
Pero lo cierto es que las Navidades de este año se perfilan como las Navidades más tristes, o para ahorrarnos tanto dramatismo, las más selectivas y medidas de la historia.
Desde hace unos años habíamos trasladado por falta de tiempo las comidas y cenas familiares al sector restauración, pero este año entre las limitaciones de aforo al 50% de locales y el miedo o desconfianza por la Covid-19, la inclinación son las reuniones en los domicilios particulares.
Las restricciones previstas en el borrador a mayores de las existentes establecidas en algunas comunidades del país son la limitación a diez personas incluidos menores, no incluyendo más de dos núcleos familiares: las largas mesas llenas de comensales se reducirán según se esté a lo establecido en las normas de la Comunidad en cuestión, lo que acabará de raíz con las visitas obligadas pero creará conflicto de organización en familias numerosas con buenas relaciones, cuya solución podría estar en las cenas espejo (dos casas en las que se reúnen seis personas por mesa y conectadas por videollamada) o rotación de familiares en los días señalados de las fiestas.
Adiós al gasto de las típicas cenas de empresa.
El uso de la mascarillas y buena ventilación a pesar del ámbito privado pues en esta segunda oleada la mayoría de los brotes tiene como punto de inicio las reuniones familiares. Se recomienda no compartir platos y copas, y los entrantes compartidos se sustituirán por raciones ya divididas.
En este caso, el sector restauración volverá a la etapa del confinamiento con menús para llevar o la demanda de los servicios de catering, para soportar la merma de los beneficios como solución a aquellas personas sin tiempo para dedicarle a la cocina o que por desgracia van a pasar en soledad las festividades.
Todo lo anterior, tiene una enorme incidencia en cuanto a la estética (textil, belleza, sector servicios de estética y peluquería).
Las compras tanto en grandes áreas comerciales como en el comercio local están sufriendo descensos en caja de hasta la mitad respecto del año pasado. En Galicia, se han registrado datos de un 33%.
Todo ello consecuencia un cambio de modelo ya que ahora no existe una segmentación por edad, sexo o capacidad económica para ofertar el producto, sino que se ha generalizado un comportamiento de la demanda en la que destacan varias notas: racionalidad (por el descenso de los ingresos), funcionalidad, comodidad, sostenibilidad y durabilidad (para combinar con otras prendas ya adquiridas y acudir lo menos posible a locales dónde se coincide con las masas.)
El fashion victim da paso a un comprador que ya no se pasea por las tiendas, sino que valora el producto en la tienda online o redes sociales; o en caso de no existir, acude al comercio pero en dirección al producto que sabe que necesita.
En definitiva, el dependiente vuelve a tener la labor de comercial más que nunca, de “botón de llamada” y de community manager.
La resolución de esta problemática pasa por colecciones y diseños diametralmente distintas a las de otros años adaptándose a las circunstancias existentes y las del consumidor.
En conclusión si la época de Navidades eran sinónimo de brillos estéticamente hablando la tendencia pasará por looks menos arreglados y más cómodos y centraremos más las veladas en la comida, bebida y la conversación familiar que habíamos perdido.