El miedo es libre y un sentimiento personalísimo: no todos tenemos los mismos miedos, las mismas inquietudes; igual que no todos tenemos las mismas metas y mismos niveles o escalas de prioridades.

Y siendo distinto el tiempo de miedo y la persona que lo sufre, también son miles las posibles respuestas.

Hay quien es capaz de superar el miedo, hacerle frente. O quien aún no haciéndolo, se tira a la piscina, al acantilado o se cruza medio mundo por un propósito… o por amor.

Noor de Jordania, nacida como Elizabeth Najeeb Halaby -cuyas raíces entremezclan varias culturas entre ellas la siria, nace en Washington, americana ilustrada, que había cursado la carrera de arquitectura en Princeton.

En un viaje cuyo objetivo era visitar a su padre que se había trasladado a Jordania para crear una compañía internacional de aviación civil por orden del monarca cambió su vida para siempre. El rey ella se enamoraron a primera vista y en apenas dos años se celebró la boda.

Elizabeth se convirtió al islam por amor.

Y nació Noor al-Hussein “la luz de Hussein”.

Y la cuarta esposa del monarca jordano.

Un cuento de hadas que choca por completo con historias como la de María Galera que relata su propia historia en palabras de una periodista en Un burka por amor o la de otra princesa también islámica, la princesa Haya Bint Al-Hussein una de las esposas del jeque de Dubai, que huyó a Londres con sus hijas y solicitó asilo.

Por ignorancia y desconocimiento lo primero que nos viene a la cabeza al leer historias como la de Noor de Jordania, como mujeres occidentales, es el debate interno y la pregunta de «¿Por qué alguien haría algo así?.

El debate que se origina tiene dos vertientes, siendo una de ellas el propósito de salvación de la mujer islámica por parte de los occidentales cuando en realidad no todas las mujeres ni necesitan ni quieren ser salvadas -y al que se hacía referencia en el artículo «Una mirada hacia el futuro».

En novela de Reyes Monforte, que cuenta la historia de María Galera, que inspiró la novela llevada a serie de TV del mismo nombre “Un burka por amor” se plantean varias preguntas -la ponemos como ejemplo pero es una ficción literaria basada en una historia real con bastantes contradicciones escrita por una occidental pero en la que se destaca sobre todo la lucha entre oriente-occidente entre la protagonista y su suegra en el régimen talibán entre los años 1996, año en que María se casa con su esposo, y los inicios del dos mil en que regresa a España con sus hijos gracias a un empresario mallorquí.

De un lado, la mujer occidental que por amor trata de abrazar unas costumbres que son antagónicas a las suyas, en unas condiciones tercermundistas y totalmente discordantes y diferentes a las que ellas experimentaba en occidente. Y en contraposición, la figura de la madre de su marido que constituye la imagen de la tradición de su país, sus costumbres, lo que le enseñaron sus padres y ella enseña a sus descendientes: las féminas deben encargarse de las tareas de la casa y de cuidar de hijos varones y del esposo.

¿Quién tiene razón? Desde la perspectiva ética una de ellas. Desde la perspectiva de elección: Ambas.

Pero también hay que tener en cuenta algo a favor de la anciana: así se lo han enseñado. Para ella no existe otra manera de vivir y concibe como afrenta el que se nieguen a seguir sus reglas o las de su comunidad.

Sin embargo, si realmente es una imposición ¿por qué seguirían llevándolo en Occidente? Cada vez más a menudo observamos en los medios y en las redes sociales cada vez más mujeres islámicas que hacen muestra del uso del hijab; personas particulares sin que sean mujeres de altas familias, como podría ser por ejemplo la mujer del Emir de Qatar quien obviamente es una figura importante dentro y fuera del país y si podría considerarse que es imagen. El uso del velo tapando el pelo, las orejas y el escote además de estar recogido en el Corán

di a tus mujeres y a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se ciñan sus velos. Esa es la mejor manera de que sean reconocidas y no sean molestadas. (Corán, 33, 59).

todas las encuestadas dan la misma respuesta: porque al final es una muestra de la religión que profesan, de pertenencia a una comunidad, una opción y una decisión propia.

Una cuestión de identidad.

Y se sienten orgullosas de sus creencias y como tal enarbolan su bandera a través de los pañuelos de colores aunando tradición y modernidad.

¿Por qué nos cuesta tanto creer que se trata de una elección y no una imposición? ¿Criticamos de igual manera cuando un miembro de una pareja atea se convierte a la religión por amor? ¿Cuando un católico decide convertirse al judaísmo? ¿Cuando un cantante como Nick Jonas contrae matrimonio con una mujer que profesa la religión hindú como Pryanka Chopra?

No, sencillamente no usamos la misma vara de medir.

Y lo vemos desde la perspectiva que conocemos y que creemos es la única y correcta.

Sin embargo, contrariamente a todo lo expuesto, nos encanta ver a Frida Khalo quien hacía apología con gran orgullo de todo lo que significaba ser mexicana: su folclore, su cultura, sus vestimentas de colores.

Este debate se ha recogido en varios artículos con motivo de la llegada de los talibanes al poder nuevamente en Afganistán pero bien podría extrapolarse a muchos ámbitos de la vida cotidiana.

Tenemos el afán de «salvar», mostrar lo bueno de la manera en la que vivimos y conocemos sin importar si pisoteamos creencias y tradiciones o si al final «abriendo los ojos» a alguien vamos a provocarle mayor daño.
Imaginemos por un momento esos procesos en que de manera desinteresada en verano acogemos a niños saharauis durante un tiempo limitado para luego volver a una vida llena de penurias.
Si no me vas a salvar de verdad, no quiero que me muestren algo efímero que da felicidad instantánea y perecedera. Déjame ignorante a lo que tú consideras bueno porque a veces, como reza el dicho, más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

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